top of page

Silenciados




La vida está llena de buenas intenciones. La denuncia de las injusticias se han plasmado desde siempre en el mundo del arte: teatro, novela, ensayo, pintura, grafismo, performance, cine, escultura… Cuando la denuncia es compartida moralmente o en un plano personal puede ocurrirnos que nuestro sentimiento enjuicia positivamente lo que vemos, oímos, leemos, por encima de una valoración racional, fría, del resultado de la obra. Este es el motivo por el que a veces me he enfrentado a ciertos éxitos de público y crítica que no entendía hasta que analizaba qué es lo que se destacaba con desaforado apasionamiento.







Es legítimo y necesario que parte de las obras tengan como objetivo denunciar tanta barbarie de nuestra humanidad y que, además, persiste en pleno S.XXI: torturas, dictaduras, discriminación por ideología, orientación sexual o religión, racismo, xenofobia, guerras, explotación humana, hambruna… ¿para qué seguir?


Pero esta denuncia debe ir más allá de la información, de la noticia periodística o de artículo de fondo si estamos hablando de arte (en cualquiera de sus conceptos). Y sobre todo no manipular, ser veraz con lo contado, representado, por el medio que sea.


Pero vayamos a la obra, Silenciados, cinco historias sobre personas que fueron asesinadas por su orientación homosexual, en diferentes épocas y lugares del mundo.


Los cinco protagonistas son: un prisionero, sin nombre, en Auschwitz; Octavio Acuña, un activista gay mejicano asesinado en 2004 por la policía; Jesús Prieto, un joven cristiano que sufre abusos por la iglesia; Paulina, una transexual guatemalteca asesinada en 2005; Mateo Rodríguez, un madrileño víctima de acoso escolar cuya fecha de muerte no aparece reflejada.


La obra presenta personajes prototipos, no hay ninguna identidad como personas reales que permita acercarnos a sus dramas; sólo en el último caso hay unos mínimos rasgos evolutivos, una psicología individual. Todo queda reducido a un esquema de violencia que se repite, en diferentes formas, pero que pierde su importancia por resultar argumentalmente nulo: el mensaje y argumento de la obra es la violencia motivada por la definición sexual. Hay incluso algunas escenas resueltas de tal forma que, sin el sobrecogimiento emocional esperado, pueden parecer casi paródicas: la paliza de los policías se resuelve con golpes en la cara que se da el propio actor que hace de víctima; el intento de Mateo por parecer “normal” modificando sus gestos en las manos me recordó al juego de una marioneta.

Los retazos de cierta belleza proceden de algún hallazgo coreográfico de los personajes. Destacaría la muerte del preso de Auschwitz y su resurrección en un posible mundo mejor acariciando con amor a sus torturadores o la muerte de Paulina con su rostro desencajado y sus extremidades desarticuladas.

Esta obra tiene un original planteamiento, aunque sea fallido por su repetición y mala resolución de la mayoría de los actos representados: es un teatro gestual, con movimientos de danza y algunos momentos de mímica, casi no hay texto, éste queda reducido a fragmentos de denuncia de hechos o escenificación de la violencia con insultos.


La representación se inicia desde la oscuridad, aparecen luces desde el suelo y bajo un plástico cinco cuerpos empiezan a moverse y a resucitar, abriéndose paso, cual zombis. Cada uno de los personajes nos irá representando su historia de forma sucesiva.

Los actores, desiguales, realizan un gran esfuerzo físico en el desarrollo de las escenas, en sus movimientos de danza; pero hay una exageración gestual, a veces recordando a las técnicas de clown, que rompen cualquier sintonía con lo que nos describen. Juan Caballero es que logra la interpretación más acertada en su papel de prisionero.


A la obra le falta dramatismo, a pesar de la brutalidad que deberían desprender las escenas, la música no ayuda a crear una atmósfera congruente (muchas canciones italianas para ningún personaje italiano, el inglés ya es un cliché ¡qué le vamos a hacer! y desconozco si hay tangos guatemaltecos), las soflamas parecen impostadas y, sobre todo, no hay personajes.

Las escenas homosexuales, de amor o violencia, son explícitas pero me parecen justificadas.



Sudhum Teatro se define como una productora de artes escénicas que representa piezas de teatro social y educativo donde los derechos de adultos y niños trascienden más allá de lo puramente artístico, llevar a cabo propuestas escénicas multidisciplinares que potencien el uso de nuevas tecnologías, sin dejar atrás el trabajo más artesanal del actor.



Idea y Dirección: Gustavo del Río

Actores: Juan Caballero, Pedro Martín, Gustavo del Río, Jonatan Fernández y Nicolás Guade

Producción: Sudhum Teatro

Teatro: Nave 73

Busco...
PRÓXIMOS RETOS
OBRAS DE TEATRO
OBRAS DE LITERATURA

Únete ahora a nuestra lista de correo

bottom of page