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Si en el árbol un burka


Enfrentarnos con el maravilloso texto de María Velasco en escena es un reto para el director, los actores y el espectador. El volcán de palabras, sentimientos, tristeza, desesperanza de esas dos mujeres maltratadas te conmocionan. No esperéis nada convencional, ni en la forma ni en las palabras, como es habitual en la dramaturgia de esta autora.







La historia se basa en dos hechos reales que utiliza María Velasco sólo como punto de partida para plantearnos sus ideas e inquietudes.

Pony es una orangutana explotada sexualmente en un burdel de Borneo; la maquillaban, perfumaban y vestían para la ocasión. En 2003 fue liberada y rehabilitada por una veterinaria.

Gisele es una modelo que es descubierta bajo un burka para ocultar sus retoques quirúrgicos tras la maternidad.


La obra se plantea como dos monólogos que se interrumpen, que muestran paralelismos antagónicos y que, al final, aproximan y relacionan a las dos mujeres.


Cada una de ellas procede de mundos muy diferentes pero en su relación con el hombre sufren la misma degeneración. Ellas gritan y no las oyen, ni siquiera otras mujeres. Hay desesperación, ironía, cinismo, grito asfixiado.

Pony ha aprendido a hablar y se enfrenta a una libertad en una sociedad de humanos que, en el fondo, es una nueva jungla. Se desprecia su fealdad, su diferencia. Mira las farolas como antes árboles, esperando ver a alguien subido a ellas.

Gisele nos cuenta su vida de renuncia, su transformación en un maniquí al servicio de la sociedad y después su maternidad al servicio de su marido. Hasta que busca su propio espacio bajo el burka. Un espacio donde no tiene que disfrazarse.


En la representación que podemos ver en Espacio Labruc se ha decidido que el personaje de la modelo sea interpretado por un actor masculino, extremadamente delgado, con gestos afeminados. Es un cambio que da un giro al personaje femenino pero que mantiene todo el diálogo y la intención textual. Se produce un choque y un distanciamiento inicial en la credibilidad del personaje pero conforme nos adentramos en la obra nos envuelve, nos hace real la actuación de Kike Guaza.

El personaje de la mujer orangután, maravillosamente interpretado por Rosario Santesmases, lleno de matices, un auténtico lamento contenido, frágil y a veces rabioso, no está caracterizado como uno esperaría. La actriz viste un corto abrigo de pieles y sus manos están vendadas. Son sus gestos, movimientos, como cuando se sube al sillón, lo que nos ayuda a verla como un simio.


La dirección de los actores en el escaso decorado (dos sillones) es "sencilla" y permite que la fuerza surja del texto y de las interpretaciones. ¡Nada menos!


Una vez más, salimos del teatro noqueados, perplejos, ante la dinamita hecha palabras de María Velasco.


Si estáis interesados en más aspectos de la obra, aquí os dejo un enlace de mi crítica del texto en Revista Pop Up Teatro. Publicado en Ediciones Invasoras.





Texto: María Velasco

Director: Inés Piñole

Actores: Rosario Santesmases, Kike Guaza


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