El jardín de vidrio (2018) de Tatiana Tîbuleac

La fuerza narrativa de Tatiana Tîbuleac es de una belleza desgarradora, terrible. "El jardín de vidrio" nos acerca a la gente que malvive y es explotada, bajo la mirada de una niña que perderá su inocencia.

Lastochka nos cuenta que nació una noche, cuando tenía siete años: la anciana Tamara Pavlovna la sacó de la cárcel que fue el orfanato y la llevó al mundo, a la ciudad... baño de agua limpia, ropa nueva, cama sin apreturas... Pero la adusta Tamara no se andará con contemplaciones, la llevará consigo para que trabaje en las mismas condiciones duras que lo hace ella: recoger todas las botellas por las calles de la ciudad, limpiarlas (de mierda, de vómitos...) y venderlas. La niña ha sido comprada para explotarla y ganar más dinero.

Tamara será ángel y demonio, sobre todo lo último, pero no descuidará su educación y la llevará al colegio, incluso le permitirá labrarse un futuro. Tamara mujer dura, severa e intransigente, parca en palabras, no dudará en pegar a la niña cada vez que se equivoque al enseñarle la nueva lengua, el ruso.

Al argumento principal de la novela se añaden algunos breves capítulos, muy separados, que nos relatan el momento actual de la narradora, ya madre, escritos en una forma algo críptica y confusa que, poco a poco, vas comprendiendo.

A través de la mirada de esta niña que pronto se hace adulta, sin perder algunos rasgos de ingenuidad infantil, iremos conociendo a la gente que vive en el mismo barrio, que coinciden en el patio de la comunidad. Un mundo frío y hostil, mísero y a veces implacable que también permite alguna bondad.

Nos dice: "Me había forjado una vida con un sol en el centro: Tamara Pavlovna. Brillaba, quemaba y lo convertía todo en ceniza. ¡Era como un ave fénix, mi Tamara Pavlovna! Cruel pero compasiva. Taimada pero justa" (p.31)

Varios temas son abordados a lo largo de esta novela: el sexo (acoso, prostitución, desconocimiento...), el abandono de los niños, la problemática del idioma (relacionado con las identidades nacionales), la comunidad de los pobres (solidaridad y también individualidad), la soledad de los individuos (no sólo de la propia narradora), la incomprensión mutua... Todo ello nos va construyendo un retrato de esa sociedad moldava a lo largo de varias décadas y que es el reflejo de otras. Si la grisura y la dureza se va adhiriendo a la piel del lector ¡menos mal que también nos llega la delicadeza y sensibilidad de la escritora!

El estilo de Tatiana Tîbuleac, con frases cortas y descriptivas, diálogos breves (como el espíritu de sus gentes), encierra una belleza brutal sin perder la objetividad con la que nos retrata la violencia y la crueldad de esa fría sociedad. La ternura e inocencia de la mirada, aunque analítica, de la narradora ahonda en el sentimiento que despierta en el lector, sensibilidad sin adulterar la realidad.

No obstante, la autora pasa por encima de alguno de los hechos más duros y me ha dejado una sensación de cobardía, como la escena de la violación en la que evita cualquier precisión y sólo nos deja una pincelada borrosa y breve en la que tampoco aborda las consecuencias ¿una forma de evitar el drama, el morbo, aunque pienso que equivocada?

Los cambios políticos que llevan hasta la independencia de Moldavia son mencionados pero no tratados en profundidad en la novela porque la mirada de la joven protagonista y su escasa cultura social no justificarían otra visión; sólo sirven para situarnos en el tiempo que transcurre la acción.

En cambio, el tema del idioma es relevante. Ya en la breve introducción, la autora nos cuenta la importancia que tuvo en Moldavia el problema de la lengua: un absurdo implantado por el sometimiento ruso, una lengua latina (la rumana) volcada al cirílico.

Tatiana Tîbuleac debutó en la narrativa con "El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes" y esperemos que escriba muchos libros más.

Editorial: Impedimenta

Páginas: 355