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Vengo de ese miedo (2022) de Miguel Ángel Oeste



Pocos libros me han producido una angustia de principio a fin, a pesar del pudor y la contención del autor al narrar su propia experiencia de maltrato infantil. La pesadilla se huele, se palpa. El relato también es una reflexión sobre la escritura, la actitud pasada y presente de las personas ante la violencia, la lucha interna entre el recuerdo y el olvido, la huella sangrante... Intenso.







El libro se aleja de la autobiografía convencional, quiero aclararlo desde el principio. La técnica es propia de la literatura narrativa, escrito con belleza en algunos momentos, descriptivo pero reflexivo y analítico.

El autor mira hacia atrás cuando su vida familiar es estable, está casado y tiene una niña pequeña. Es una mirada al pasado, en todas las direcciones, que se intercala con apuntes sobre la dificultad de abordar estos temas, las incongruencias testimoniales, las mentiras con las que juega la memoria, el olvido irrecuperable y, por supuesto, la incontestable duda sobre la necesidad de escribir lo que escribe cuando el valor terapéutico parece cuestionable. ¿Enterrar y olvidar o sacar y recordar para seguir adelante? ¿Se puede seguir adelante, se puede olvidar realmente?


"Vengo de ese miedo" nos transmite el terror de una infancia golpeada por un padre violento, maltratador, borracho y drogadicto (hachís, cocaína), un padre cada vez peor cuando su negocio empieza a ir mal; una madre que apoya al marido antes que a sus hijos, una mujer que se dejaba pegar y consentía el maltrato a sus hijos. Tras las peleas matrimoniales llegaba el sexo violento.


Las primeras palabras del libro "Quiero matar a mi padre. No metafóricamente ni en la ficción de una novela..." son una confesión del narrador que todavía tiene presente a ese padre que no ha visto desde hace muchos años (a diferencia de su hermano) y que el sólo pensamiento de verlo todavía lo convierte en un amasijo tembloroso. Hace diez años no acudió al entierro de su madre, decidió seguir con su vida... Los sentimientos encontrados, la indecisión, rehuir pero al mismo tiempo volver (aunque sea sobre el papel) hacia esos seres y ese tiempo, es una de las constantes de estas páginas.

En lugar de "echar tierra sobre el campo de la memoria", él se repite "no olvido", y escarba en su pasado, frente a ese hermano que ha perdonado y ha decido echar tierra encima. La figura del hermano, salvo en este aspecto, será poco tratada (casi esquivada) en muchos de los episodios del pasado (supongo que por respeto). Miguel Ángel Oeste no juzga a su hermano, ni a sus tías, amigos personales o de sus padres... incluso cuando evitan dar testimonio, no quieren enfrentarse al pasado del que, en parte, se sienten culpables al no haber intervenido de alguna manera ¿eran otros tiempos, los ochenta, con una mirada más permisiva que la actual que justificara la no intervención frente al maltrato infantil? Sólo juzga a esos padres que convirtieron su infancia en un infierno.


Hay una escena que tengo grabada: el niño de seis o siete años que se despierta por la noche porque ha oído un ruido y se levanta pisándose el pijama con los pies descalzos, se dirige al pasillo, a la habitación de sus padres... Está narrada como si fuera un episodio de misterio, con la tensión y el miedo infantil que se dará de bruces con la realidad sin llegar a entenderla.


En algún momento del libro hay un exceso de vaivén de sentimientos y vueltas al pasado como una montaña rusa y algunas escenas, que se han quedado clavadas en el narrador, se repetirán de forma innecesaria. También he encontrado algunas páginas más descuidadas, escritas en un lenguaje básico que contrasta con la narrativa cuidada del autor. Aspectos que son ampliamente superados por la fuerza que emana de sus páginas.


La brutalidad de esos tiempos está contenida y matizada por el escritor para evitar cargar las tintas, convertir el relato en un melodrama, un texto lacrimógeno o, por el contrario, en algo morboso. Miguel Ángel Oeste consigue mantener el difícil equilibrio para no caer tampoco en la frialdad, porque el libro emociona, acongoja, asfixia por momentos.


Otro de los temas que aborda "Vengo de ese miedo" es la dificultad que supone escribir un libro de estas características, una escritura que abarca muchos años hasta finalizarlo, porque no avanza, hay episodios que teme abordar, necesita más datos... Se cuestiona la veracidad de lo narrado que puede verse alterada por la falsedad o imprecisión de los recuerdos, los testimonios vedados o los simples olvidos, alterada por ser parte implicada y subjetiva de la historia, por ser la visión de un adulto (no el niño de entonces) y que, además, no puede perdonar y quiere curarse escribiendo. Un adulto con cicatrices, que sigue temiendo a su padre vivo, que siente miedo por ser un reflejo de su propio padre hacia su hija...


"La memoria sangra.

No coagula."



"Vengo de ese miedo" es una obra honesta, emocionante y compleja sobre el maltrato infantil que me parece de imprescindible lectura.




Editorial: Tusquets

Páginas: 300


















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