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Refugio



Refugio nos habla de la corrupción política y de la crisis de los refugiados, de la perversión del lenguaje, de la ruptura de nuestra sociedad. También de la ruptura de dos familias, aunque ninguna lo quiera ver.







Suso, político corrupto que todavía no ha sido inculpado, decide acoger en su familia a Farid, un refugiado sirio que ha perdido a su mujer y a su bebé en la travesía por el Mediterráneo. Uno es la verborrea, el flujo absurdo de la palabra, el otro es el silencio.

La familia del político: la esposa es una cantante de ópera que ha perdido su voz, la hija es el miembro díscolo y rebelde de la familia, el hijo adolescente permanece en la abulia, con pensamientos llenos de violencia (prolongación de sus videojuegos), la suegra no consigue salvar su papel de mujer digna y ejemplar frente a la familia desestructurada. Sentarse a la mesa juntos para comer es un intento inútil de comunicación familiar.

Frente a esta ruidosa familia nos encontramos con Farid, el refugiado que no quiere entender ni aprender nuevas palabras: quiere confundirse en el ruido de las palabras para no pensar en sus seres queridos, aunque acabe resultando inútil.

Por supuesto, el refugiado acogido forma parte de la campaña de buena imagen del político (quedaría mal, una vez conseguida la publicidad, echarlo ahora que está siendo investigado y asediado por la prensa).


El texto de Miguel del Arco nos vuelca los temas sociales, tan presentes a todas horas en los medios de comunicación, en una dramaturgia no exenta de lirismo, evocaciones y conflictos cotidianos.

La primera escena se abre con una entrevista al político en la que la agresividad de la periodista y las divagaciones del político nos recuerdan algo que vemos con frecuencia en televisión. Y luego pasamos a la vida familiar y la irrupción de ese extraño mudo que es el inmigrante. Las escenas familiares se entremezclan con la ensoñación y la pesadilla del refugiado, momentos oníricos en los que dialoga con su mujer. Estas escenas tienen una carga de belleza visual que contrasta con la angustia que emanan.


La escenografía de Paco Azorín, con su pecera o cubo (el salón familiar), reforzada por el gran trabajo de iluminación de Juan Gómez-Cornejo, nos impresiona por la sencillez, belleza y que acompaña y potencia la dramaturgia.


Miguel del Arco es uno de los mejores directores de sus propias obras, ya lo he comentado en otras ocasiones. La calidad del texto la remata con una puesta en escena sabia, sensible; permite respirar a sus personajes y saca lo mejor de sus actores; la representación está llena de sugerencias y recursos que consiguen que nos queden grabadas las escenas en nuestra memoria más allá del propio texto.

"Juicio a una zorra" o las versiones de "La noche de las tríbadas", "Misántropo" y "Siete personajes en busca de un autor" ("La función por hacer") son otros magníficos ejemplos de su característico sello.

El único pero que puedo poner a Miguel del Arco es que algunas escenas mejorarían con un texto más conciso. Pongo dos ejemplos de Refugio: 1. La entrevista inicial tiene un diálogo de ritmo trepidante pero hay frases que ya han sido expresadas, aunque sea de otra forma, y no aportan valor añadido. Si en lugar de, digamos, siete minutos durase cinco minutos y medio, sería perfecto. 2. La lamentación del refugiado dirigida a su mujer: un recurso que repite en exceso (una vez menos...)


Refugio es una obra que no solo nos llega por su temática sino por su dramaturgia y dirección. Para no perderse.



Texto y dirección: Miguel del Arco

Actores: Beatriz Argüello, Carmen Arévalo, Israel Elejalde, María Morales, Raúl Prieto, Macarena Sanz, Hugo de la Vega

Escenografía: Paco Azorín

Iluminación: Juan Gómez-Cornejo

Vestuario: Sandra Espinosa

Producción: Centro Dramático Nacional

Teatro: María Guerrero

Duración:

28 de abril a 11 de junio 2017

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