top of page

La mentira



Hace mucho tiempo que frecuento poco las comedias convencionales, ésas de reunión de parejas burguesas en torno a una cena o en el salón. A través del diálogo se entrará en un supuesto conflicto profundo (repleto de lugares comunes). Y, al salir del teatro, dará lugar a un hondo debate en el público. Con esta irónica declaración de principios quiero dejar claro que no me gustan ni me divierten habitualmente estas comedias que forman parte del best-seller en el mundo teatral. Hay excepciones, por supuesto, pero no es La mentira y voy a explicar por qué. Voy a ser muy sincero y, a pesar de ser respetuoso, puedo herir la sensibilidad de alguno. Lo advierto.








Argumento: una pareja espera a unos amigos para cenar. A última hora ella no quiere que vengan, pide a su marido que ponga cualquier excusa. Tras muchos rodeos ella le confiesa que ha visto a su amigo besándose en la calle con otra. Pero ya es tarde y la cena sigue adelante. Sobre la mesa aparece el tema: ¿hay que contar al amigo o amiga la infidelidad de su pareja o es mejor mentir, ser piadosos?


La obra, no nos engañemos, no hace un planteamiento abierto en el que cada uno llegue a sus conclusiones; nos manipula hasta el punto que el público aplaude cuando uno de los personajes suelta que es mejor mentir que destrozar la vida del amigo. La tesis a demostrar en La mentira es que hay que mentir si eres un buen amigo.

El único de los cuatro personajes que defiende decir la verdad, al final, también llegará a la misma conclusión.

Una obra tramposa que parece que nos va a hacer reflexionar pero en realidad defiende una sola idea.


Por si fuera poco, los personajes sueltan todas las expresiones comunes esperables (leer con adecuada entonación): "No me lo puedo creer" "¡Madre mííííía!" y cualquier otra que se os pueda ocurrir en este tipo de comedia. Argumento y diálogos previsibles pero que satisfacen y permiten al público voyeur contemplar, entre risas, los pecados de infidelidad de otros.

El subrayado de la actuación permite que sepas en todo momento que el personaje está mintiendo y, cuando exagera todavía más, consigue la risa del público (la sombra de Arturo Fernández es larga).

Admiraba a Carlos Hipólito y sigo admirando a Natalia Millán pero aquí han sacado lo peor de sus interpretaciones. Hipólito con gestos y voz aniñada hasta la exasperación, con una mirada estúpida para reforzar el humor de las situaciones. Natalia Millán con mohínes y exageración gestual para hacer reír al público. Interpretaciones paródicas de personajes que parecen no creerse ni ellos mismos, con nula química. Armando del Río realiza la interpretación más digna y comedida de la función. Mapi Sagaseta, con el tono de borracha al minuto dos y su exhuberante contoneo en el ajustado vestido rojo se me ha hecho imposible de aguantar. Está claro que son indicaciones de la dirección de Tolcachir y los actores se han ajustado a ellas. Así que retomo las palabras de Tolcachir del programa y, sí, todo el reproche para él.


Pero, dicho lo dicho, la estrategia de Tolcachir en esta comedia es perfecta: el público no para de reírse, sale feliz y piensa que ha visto algo profundo. Por ello, habría que felicitarlo. El problema es que este tipo de producto está dirigido a un tipo concreto de público y ése no soy yo.



Texto: Florian Zeller

Versión: David Serrano

Dirección: Claudio Tolcachir

Actores: Carlos Hipólito, Natalia Millán, Armando del Río, Mapi Sagaseta

Ayudante de dirección: Nacho Redondo

Escenografía y vestuario: Elisa Sanz

Iluminación: Juan Gómez Cornejo

Producción: Carlos Larrañaga, Nicolás Belmonte y Olvido Orovio

Teatro Maravillas

Duración: 90 minutos







Busco...
PRÓXIMOS RETOS
OBRAS DE TEATRO
OBRAS DE LITERATURA

Únete ahora a nuestra lista de correo

bottom of page