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Contra la democracia


Contra la democracia son siete historias cargadas de ironía, drama y humor absurdo que nos impactan, que nos horrorizan.







Las historias son muy diferentes entre sí, el nexo de unión es cuestionarnos los límites de la democracia, el presente y el futuro, su realidad y su perversión, su inexistencia. Aunque cada espectador podrá descubrir otros aspectos sobre los que reflexionar. Encontramos personajes que manipulan la democracia o que se dejan llevar por las trampas que generan otros, personajes que reclaman su derecho a la auténtica libertad personal...


Teatro social donde las historias tienen entidad propia, en el que existe una dramaturgia muy cuidada, los personajes tienen fuerza. Contra la democracia no es una obra discursiva. Hay un texto inteligente en el que la dirección juega con todos los recursos que mencionaba al principio: la ironía, el humor de situaciones absurdas, el simbolismo, la distopía o, en contraposición, el realismo.

Es cierto que algunas historias tienen menos interés que otras o se alargan un poco sin conseguir el equilibrio de la mejores, pero la irregularidad es inevitable en este tipo de obras formadas de piezas independientes.


La escenografía está muy cuidada y refuerza el sentido de la obra. Sin complicados recursos (nada más sencillo que una escalera y al final de la misma la niebla, por ejemplo) y, a veces, llena de belleza y acertado simbolismo (las redes).

Los actores interpretan los diferentes personajes con una admirable convicción, es un auténtico placer verlos actuar. También hay un gran trabajo de dirección para conseguir esa variedad de tonos en las historias que permiten todo tipo de registros: desde la declamación hierática y simbólica de la primera historia, pasando por la ironía absurda de situaciones y acabando con una interpretación de descarnado realismo, en el episodio de la musulmana y su traductor, de gran dificultad.

Contra la democracia es una obra que sorprende y hace pensar, muy bien defendida por todo el equipo. Un buen motivo para ir a verla.

Texto: Esteve Soler

Dirección: Antonio C. Guijosa

Actores: José Vicente Moirón, Memé Tabares, Gabriel Moreno, Marina Recio

Escenografía: Mónica Teijeiro

Vestuario: Rafael Garrigós

Iluminación: Pepa Casado

Producción: Teatro del Noctámbulo

Teatro: Galileo 14 de septiembre a 8 de octubre de 2017

Duración: 85 minutos



Aquí voy a recordar algunas de las historias por lo que, si no la habéis visto, recomiendo dejarlo para después. (DESTRIPO)


En la primera historia un hombre y una mujer avanzan atados a una red que se va desenrollando. No se miran, hablan de las ataduras de la sociedad, la búsqueda de una liberación. Nace un niño-araña que, como todo hijo, devorará/atará a los padres con su tela de araña.


Un presidente y un ayudante conversan en un despacho. Tras manipular las elecciones con la habitual demagogia, han conseguido vaciar completamente la ciudad de todo y de todos (calles, edificios, habitantes). La cuestión ahora es reconstruir la ciudad y poblarla con ciudadanos elegidos, que se puedan manejar mejor. Por azar, la persona que trae el ayudante en el saco es la ex-mujer del presidente. El pasado devora el futuro planificado.


Un ciudadano asustado despierta a una mujer, de madrugada, para preguntarle qué sigue al número seis. Los profesores se fueron y los ciudadanos no recuerdan los números. Alguien se atreve a subir al piso por encima del sexto para averiguar qué hay más allá.

Una historia cargada de simpática ironía en la que, a pesar de la absurda situación, se conecta con la angustia de los personajes.


Un matrimonio revela a su hijo, que acaba de cumplir 18 años, que nunca fue deseado, que ha sido un fracaso y que van a matarlo.


Una musulmana y el traductor de su discurso. Luz sobre las gradas. Ella se dirige al público. Con una vehemencia descarnada defiende su libertad para ir vestida con el niqab (que permite ver solo sus ojos). El discurso (desde mi punto de vista debería haber quedado ahí) sigue con un alegato en el que defiende la muerte de su marido en sus manos en defensa propia. Impacta el realismo de la interpretación de la escena.




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