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Espía a una mujer que se mata


Fue un error leer Tío Vania de Chéjov poco antes de ver la función que ha escrito y dirigido el argentino Daniel Veronese, inspirada en esa obra. Los ecos de la lectura, la carga profunda del dramaturgo ruso, contrastaba con el tono ligero y las frases desordenadas que oía en el teatro. Así que intenté desconectarme rápidamente del recuerdo y dejarme llevar con la propuesta. Lo que escribo es un ejercicio de análisis de lo que vi, desligado de Chéjov.








El anciano Serebriakov, casado en segundas nupcias con la joven Elena, se encuentra enfermo, quizá no tanto como quiere aparentar. En la casa convive con la hija (Sonia), el hermano (tío Vania) y la madre (Mariana) de su primer matrimonio. Astrov los visita en calidad de amigo y enamorado más que como médico cuyo paciente no le hace caso y, a veces, ni le recibe. El tedio, el embrutecimiento, el vodka, los deseos no cumplidos, planean en este grupo de personas aisladas en el campo. Serebriakov convoca una reunión para comunicar una decisión que afectará a la vida de todos.

Un pequeño espacio, claustrofóbico a pesar de ser abierto, es el punto de encuentro de los siete personajes. La primera escena nos deja claro desde el principio cómo va a transcurrir la obra: los personajes hablan de teatro pistola en mano.


Drama y comedia conviven de forma inesperada, intimidad y escenas corales (con mucho ruido y movimiento) se intercalan con dinamismo casi festivo. Conversaciones cotidianas con referencias filosóficas frecuentes que rompen el curso esperado del diálogo. El tono de comedia de algunas escenas impide que nos convenza el drama, el momento íntimo que ahonda en el alma del personaje. El barullo presente en muchos momentos me aleja, me convierto en un espectador que observa, desde la distancia, esos movimientos como si fueran piezas de algún juego. Los personajes entran, salen, se persiguen, chillan, lloran, vuelven a entrar... No encuentro un punto donde aferrarme, argumental o intelectual.

He sentido que las referencias metateatrales y las menciones filosóficas no estaban integradas en el relato que nos ofrecían, un texto impostado.


La interpretación es otro elemento que me ha desconcertado porque, aunque cada actor ha hecho un buen trabajo, parecían estar a diferentes niveles o tonos, como extraídos de obras diferentes. Pedro G. de las Heras interpreta a Serebriakov con una hondura clásica, Melena Gutiérrez (Teleguin, la criada) con un naturalismo directo, más adecuado para una obra contemporánea, María Salas (Sonia) con una afectación teatral aniñada, Natalia Verbeke (Elena) como si estuviera en una serie televisiva y Susi Sánchez, con un papel corto, es mera presencia. Ginés García Millán y Jorge Bosch, tío Vania y el doctor Astrov, son los personajes más chejovianos de la función.


La dirección de Daniel Veronese no me ha convencido por el anárquico pulso en la interpretación y el desequilibrio de drama y comedia, sin entrar en valoraciones de adaptación.


Espía a una mujer que se mata me parece una interesante propuesta pero que cojea en su oscilante desarrollo.

Texto, dirección y escenografía: Daniel Veronese

Intérpretes: Jorge Bosch, Pedro García de las Heras, Marina Salas, Ginés García Millán, Malena Gutiérrez, Susi Sánchez y Natalia Verbeke.

Ayudante de dirección: Adriana Roffi

Producción: Centro Dramático Nacional

Teatro Valle Inclán Sala Francisco Nieva

27 de octubre a 10 de diciembre de 2017

Duración: 80 minutos


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