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Islandia

Islandia es una obra vacía, repleta de diálogos cotidianos, alargados y repetidos, que aburre por su vacuidad. Una interpretación anodina con carencias en dicción (perjudicada por la microfonía) y una dirección que parece ausente. Dos horas en las que Lluïsa Cunillé no tenía mucho que contarnos.


Tras una introducción extraña en la que un hombre en su dormitorio dialoga con una misteriosa chica (no desvelaré su significado), la obra se centra en las aventuras de un joven inexperto que desembarca en Nueva York en busca de su madre. Es la primera vez que sale de Islandia y será el perfecto blanco para que le estafen y roben: se quedará sin maleta, reloj, móvil... En su periplo irá encontrando diferentes personajes que le darán alguna pista para continuar la búsqueda al mismo tiempo que será víctima de sus trapicheos. Personajes que llevan una vida miserable: el "inventor" que viaja en el tren, la vendedora de cachibaches, el vigilante de una perrera...


A priori, un viaje iniciático, en el que el protagonista va teniendo experiencias con los diferentes personajes que se va encontrando en su periplo, podría dar lugar a una interesante obra. Para ello, el joven debería ir evolucionando conforme transcurre la historia y los diferentes personajes deberían tener un perfil y una conversación que fuera más allá de la anécdota de pillaje y reflejo de su estatus social marginal. Al menos, debería haber un cambio de dinámica cuando encuentra a la madre (ya hora y media de función).

Por el contrario, los diálogos son insustanciales, como la vida misma dirá alguno, están llenos de lugares comunes y frases que se repiten. Cuando el tercer o cuarto personaje le pregunta al chico dónde está Islandia y el vuelve a explicar que en Europa, que es una isla... ya estamos todos hasta el gorro de la anécdota como demostración de la incultura americana. El regateo de la vendedora con sumas y restas de dólares más la insistencia machacona de que compre una enciclopedia o esto o lo otro... hastía, más que aburrir (y vamos por la mitad de la obra).


A la insipidez de situaciones se suma la impersonal dicción de todos los actores, la falta de pasión, de matiz (sin meterme con algún acento marcadamente catalán y alguna traducción literal que te alejaba de Nueva York inevitablemente). Los micrófonos remarcaban el tono mecánico y ausente de los actores.


La escenografía resultaba interesante al colocarnos en un espacio enorme de columnas para emplazarnos en el contexto más desolador de las callejuelas de Nueva York. El problema ha surgido cuando, en medio del gran decorado, se iluminaba la parte de escena utilizada, con un efecto de viñeta, de función estudiantil. Por ejemplo, los bancos situados en un lateral del escenario para imaginar un tren o la cabina claustrofóbica del vigilante, resultaban pobres resoluciones.


Lluïsa Cunillé (1961) es una dramaturga catalana que no consiguió interesarme con las dos obras previas que había leído, Conozca usted el mundo (2005) y Después de mí, el diluvio (2007).

Islandia me ha confirmado el nulo interés.

Su obra comprende varias docenas de textos teatrales, algunas de ellas de cierto renombre como Barcelona, mapa d'ombres.

Islandia ha supuesto dos horas de mi vida perdidas.

Texto: Lluïsa Cunillé

Dirección: Xavier Albertí

Intérpretes: Abel Rodríguez, Joan Anguera, Lurdes Barba, Paula Blanco, Juan Codina, Oriol Genís, Jordi Oriol, Albert Pérez, Albert Prat, Lucía Quintana

Escenografía: Max Glaenzel

Iluminación: Ignasi Camprodon

Vestuario: María Araujo, Marian García

Sonido: Lucas Ariel Vallejos

Producción: Teatre Nacional de Catalunya

Teatro: María Guerrero 12 junio a 1 julio 2018

Duración: 120 minutos

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