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El año que mi corazón se rompió


Comedia divertida, cínica e irreverente, con el toque original de Íñigo Guardamino. La apertura sexual en la España de los 80, la salida del armario. Humor garantizado, no apto para todos los públicos.



1987. En una pequeña ciudad española, un matrimonio tradicional acaba de encajar la noticia de que su hijo mayor se va de casa tras confesar que es gay. La madre, católica y conservadora, horrorizada y avergonzada por la revelación, no podrá adaptarse a esta situación; siempre pensó que eso les pasaba a otros. Solo puede acudir a su confesor, pero no le servirá de mucha ayuda. El marido, indeciso, frustrado, dominado por la mujer, intentará comprender la realidad de la homosexualidad. También buscará consuelo en una nueva secretaria. El hijo menor, adolescente, empieza con sus primeras experiencias afectivas y sexuales. La vida familiar ya no volverá a ser nunca más la misma.


En una sucesión de breves escenas, El año que mi corazón se rompió nos va contando el naufragio de este matrimonio cerrado a la realidad y a las diferentes formas de ser y pensar. El choque y su forzosa adaptación. Pero no hay espacio para el drama porque está contado con cinismo, con humor. Entendemos a estos personajes pero no compartimos su forma de ser, los vemos desde la distancia que permite reírnos de sus tropiezos, de sus absurdos. Claro que una persona superconservadora de derechas no pensará lo mismo y quizá se vea reflejada y ofendida por ser expuesta en su desnudez.

El argumento y la caracterización convencional de personajes se supera por el lenguaje, las anécdotas originales y la irreverencia del tratamiento.


Gran trabajo actoral. Rut Santamaría encarna a la madre con una credibilidad absoluta, sin recurrir al exceso en ningún momento (gran tentación en este tipo de personaje) está maravillosa. Rodrigo Sáenz de Heredia es un actor habitual de Guardamino que encarna sus papeles con gran naturalidad, es fácil empatizar con él. Carlos López impresiona siempre por su juventud y maestría interpretativa (lo descubrí en Añicos de Carlos Be); repite su caracterización de joven tímido pero su corto papel de seductor homosexual es impagable. Cristina Bertol es una actriz de gran expresividad que me ha fascinado desde su papel en Amor Fati. En contraste, Antonio Prieto me ha dejado frío y descolocado, sus dotes interpretativas me han parecido muy limitadas.


La dirección de Pablo Martínez Bravo ha sido eficaz para conseguir que el texto tuviera la vitalidad e irreverencia que precisaba, hay grandes hallazgos pero también algún desacierto que confiere al conjunto irregularidad. Grandes hallazgos como la escenificación de la felación con los dos actores cara al público o la intensidad de las escenas en el club o el patetismo del confesionario. Algún aspecto puede mejorar con el recorrido de la función: el inicio del monólogo de la madre en la comisaría (casi declamatorio) o escenas que funcionarían mejor si el diálogo no fuera dirigido mirando al público sino interrelacionando entre ellos. Entre los desaciertos, mencionaría la escena de los padres leyendo la carta, con el hijo desnudo detrás de ellos bailando de forma espantosa (con cara de ¡qué bien lo hago!) que rompe toda la fuerza que podría tener. El final abrupto de la obra, la escena del reencuentro, necesita un poco más de respiración: me recordó los finales precipitados de las comedias barrocas que en dos frases se resuelve todo.


La iluminación, en el día del estreno, no ha dado una, ha sido lamentable: mal iluminados los actores, sombras excesivas en los rostros, sobreiluminación en otros casos, retraso en el encendido de focos en alguna escena...

La selección musical y su incorporación en la dramaturgia ha sido excelente aunque haya resultado un poco excesiva y en una ocasión no dejaba oír bien a los actores (la escena de cama de los jóvenes).


La escenografía fue escasa y pobre. Destacaría como hallazgo positivo el recurso de la reja para el confesionario o para la disco de ambiente. En el lado contrario, los cubos rojos debajo de las sillas, de donde sacaban unos teléfonos de juguete, me ha parecido espantoso.



El año que mi corazón se rompió es una comedia muy divertida con un texto muy alocado e irreverente, como es habitual en Guardamino, pero que, a diferencia de obras posteriores, aquí parte de un argumento convencional.

Sus diálogos provocan la risa allí donde la verdad más cruenta aparece, allí donde lo más incongruente del comportamiento de las personas debería espantarnos. Sarcasmo, mala uva y reflexión. Provocación bien justificada.


Texto: Íñigo Guardamino

Dirección: Pablo Martínez Bravo

Intérpretes: Cristina Bertol, Carlos López, Antonio Prieto, Rodrigo Sáenz de Heredia, Rut Santamaría

Escenografía y vestuario: Andrea Torrecilla

Iluminación: Álvaro Guisado

Teatro: Nave 73 12 y 13 de julio de 2018

Duración: 90 minutos

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