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Mi hermano el alcalde (2003) de Fernando Vallejo


Crónica de una sociedad violenta y corrupta, historia de un pueblo colombiano contada con humor y hiel. Una mirada provocadora, deslenguada y cínica que vapulea todo, incluso el lenguaje, tal y como siempre hace Fernando Vallejo. Un libro en el que fuerza y forma están en perpetuo desequilibrio.






Támesis es un pueblo en la montaña, rodeado de fincas en las que se cultiva tabaco pero, no muy lejos, también coca. Un pueblo, como tantos otros de Colombia, en el que los muertos se cuentan por decenas: mafia, paramilitares, venganzas personales, peleas entre borrrachos... El río lo traga todo.

Carlos decide ser alcalde tras sufrir unas fiebres producidas por el dengue y no por el sida, como temían. Empieza la campaña política, una lucha entre alimañas: "el beso del político colombiano es picadura de araña, ponzoña de alacrán". La gente le pide favores a cambio del voto, se gasta una fortuna en invitaciones, recluta a los muertos para que le voten. Cuando llega a la alcaldía consigue modernizar el pueblo: asfalta e ilumina la carretera, construye colegios, provee a niños y ancianos de ordenador (la página más consultada es la del propio pueblo), remodela la plaza y el cementerio, tiene su megaproyecto hidráulico para aprovechar la cascada. Son tres años para hacer cambios...

La historia nos la cuenta el hermano del alcalde, una voz narrativa omnipresente, la del propio autor: estamos ante una autoficción. Nos retrata a Carlos Vallejo como un hombre honrado, que confía en la gente, un optimista. Lo opuesto al autor.


Fernando Vallejo escribe con un lenguaje directo, lleno de exabruptos, soez, irreverente. Utiliza palabras locales (de algunas explica su significado) y también neologismos. Podría decirse que su lenguaje es descuidado pero está lleno de fuerza, desenfadado pero amargo. Todo está impregnado de inevitable pesimismo.

Hay en esta amalgama léxica palabras cultas, algo rebuscadas, junto a la vulgaridad más punzante. Unas veces provoca, otras expresa rabia o simple sorna. Cuando describe al opositor del alcalde, que es un ordeñador de vacas, nos dice que "soñaba con que iba a soltar la ubre de las lactíferas para pegarse de la teta pública."

Algún exceso en su estilo quita fuerza a su narrativa. Por ejemplo, está obsesionado con los listados de nombres, enumera fincas, pájaros, políticos, asesinados... sin interés.

La fluidez de su lenguaje a veces se pierde en una deriva, esbarra, no se contiene. No le interesa al autor lo correcto ni la forma correcta de escribir.

Describe todo sin contemplaciones, no le importa escupir sobre personas conocidas (Pastranita hijueputica, mierdecica de paloma) y no deja títere con cabeza: la política y la democracia, la religión, la inmoralidad, el poder económico. A nivel individual, nos muestra la falsedad, la ingratitud y la traición como cualidades generalizadas.

Fernando Vallejo no permite la esperanza: quien quiere cambiar algo, acaba aplastado por la masa social y luego olvidado. La sociedad seguirá siendo un estercolero en el que cada uno vive como puede. La corriente del río siempre seguirá acogiendo los cadáveres arrojados.

El narrador nos aconseja: "Amigo, si se hace elegir alcalde, hágalo para saquear y endeudar al pueblo y no dejarles piedra sobre piedra, y cuando empiecen a llover tutelas, compre al juez o se larga. ( ) Recuerde que de sopa de honorabilidad no vive nadie."


Una novela que gustará mucho a los que se dejen atrapar por el torbellino emocional, provocador y caótico de Vallejo. Gustará menos si es un lector que valora no solo el contenido sino también la forma de narrarlo (como es mi caso).


Su novela más famosa es "La Virgen de los sicarios" (1994), pendiente por leer.



Editorial: Alfaguara

Páginas: 169




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