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Kebab


Kebab es una historia que no deja indiferente, unos personajes que nos golpean con su realidad. Unos emigrantes rumanos buscan comenzar su vida en un lugar inhóspito y se dejan sus ilusiones en el camino. Una dirección eficaz y tres actores que nos sumergen en la miseria cotidiana.


En un vuelo Bucarest-Dublín se sientan juntos dos jóvenes rumanos que van en busca de una nueva oportunidad en sus vidas. Madalina es una mujer habladora, nerviosa porque es su primer vuelo, de conversación superficial que denota pocas luces. Le cuenta que su novio, también rumano pero nacionalizado, le encontrará un trabajo porque está muy bien relacionado. Bogdan, apocado y reservado, ante el abordaje continuo de ella, le confiesa que va a estudiar un máster de artes audiovisuales con la idea de poder quedarse allí.

Madalina comienza a trabajar en un kebab mientras su novio Voicu trapichea, malvive de pequeños hurtos; no tardará mucho en proponerle otro trabajo más lucrativo...

Con el tiempo, Madalina y Bogdan se vuelven a encontrar, los dos con las ilusiones ya perdidas. Al final, los tres colaborarán en el negocio y convivirán juntos.

No entraré en detalles para no desvelar el giro argumental y dejar la sorpresa al espectador que no la ha visto todavía.

Kebab es una obra con mucha fuerza, en la que se nos cuenta una historia individual que, al mismo tiempo, nos muestra la realidad de muchos jóvenes que luchan por tener un hueco en una sociedad que no los admite por ser inmigrantes; barreras que encuentran en una tierra de oportunidades que parecía al alcance de su mano porque, en definitiva, se supone que también son europeos; la difícil supervivencia (aislamiento, coste de vivienda) a veces les hace tomar un camino que nunca se habían planteado. En esta historia no solo hay renuncia, también hay degradación, violencia, explotación del más débil... todo justificado por estos personajes como única vía de seguir adelante. Queda el sabor amargo de las ilusiones frustradas y la caída en una pendiente que quizá podía haber sido evitada pero, por su propia naturaleza, deciden dejarse llevar, sin revisar los límites de la dignidad y la decencia.


La obra se estructura en breves escenas, con transiciones en negro, que nos llevan de un episodio a otro. Un sofá y un fondo con alguna proyección, conforman los elementos del escenario.


Actores convincentes en el retrato de sus personajes, que saben ir más allá del tipo que encarnan (estudiante pobre de espíritu, chica corta o sinvergüenza embaucador) y nos van llevando con inteligencia, también gracias a la cuidada dirección de Gabriel Fuentes, por esa involución de cada uno de ellos. Destaca la contenida y natural violencia, muy gestual (cuerpo, mirada, boca) del chulo Voicu interpretado por David Ibáñez con muy buen pulso. Eva Rubio nos contagia con su optimismo inicial, una extrovertida joven que carga al principio (así buscado) pero que nos enternece cuando la vida vira y decide tragar. Pablo Sevilla es el perfecto ser apocado y gris, que no sabe luchar cuando vienen los problemas y que se deja arrastrar con facilidad.


La historia está bien construida y dirigida aunque haya una transición que debería haber sido matizada: cuando llegan a un acuerdo los dos jóvenes sin contar con ella. Bagdan ha sido retratado como un estudiante, con cierta cultura y nivel social y se presupone que con ciertos principios, por lo que de buenas a primeras no aceptaría tal tipo de trato sin el consentimiento explícito de ella; además, en la escena anterior ella se negaba a que la filmara y ahora parece que no tiene importancia (aunque fuera una actitud de derrota por su parte). Por otro lado, el final abierto no funciona bien: un final abierto no es simplemente dejar una historia con libre interpretación, hay que trabajar ese final muy bien, que tenga cierto significado para la historia y para el espectador, al menos impactar, golpear... algo, pero nunca dejar la sensación de obra inacabada. Es una opción, todo cabe en el arte, pero es la opción más pobre y que sugiere falta de imaginación.

Son detalles que impiden un redondeo de una obra que está muy bien llevada y en la que se habla de temas sociales con naturalidad, imbricados en los avatares de unos personajes a los que seguimos con pleno interés.

La obra está escrita por Gianina Cărbunariu (1977), una mujer que se encuentra entre los dramaturgos rumanos de mayor prestigio internacional. En el 2015 ya había estrenado en España, en el teatro Abadía, Solitaritate, en el 2016, en Alicante, Mihaela, el tigre de nuestra ciudad y en el 2018, en el teatro Valle Inclán, Elogio de la pereza. Ninguna de estas funciones he llegado a disfrutar, pero la siguiente que se estrene no pienso perdérmela.

Texto: Gianina Cărbunariu

Traducción: Javier Lago

Dirección: Gabriel Fuentes

Intérpretes: Pablo Sevilla, Eva Rubio, Daniel Ibáñez

Escenografía e iluminación: Águeda A. Millán

Producción: Punctum Compañía

Teatro: Nave 73 octubre 2019

Duración: 70 minutos

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