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Bajo el árbol de los toraya (2016) de Philippe Claudel



Un libro que evoca la fragilidad de la vida, la importancia de la amistad y del amor, cuando la muerte nos hace reflexionar sobre el lugar que ocupamos en nuestra trayectoria vital, el pasado y el incierto porvenir.






La novela empieza con el relato curioso del rito funerario de los toraya, un pueblo que vive en la isla indonesia de Sulawesi que entierra a los recién nacidos fallecidos en el interior de un árbol; con el paso de los años se cierra el hueco y el bebé forma parte del árbol, se eleva hacia las alturas con él.

El narrador y protagonista de la novela es un director de cine (como también lo es Claudel) divorciado, con cierto éxito profesional a sus cincuenta años. Ha recibido el duro golpe de la muerte de su mejor amigo, Eugène, tras haber sido diagnosticado de cáncer poco tiempo antes. Durante esta crisis existencial recordará parte de sus vivencias y planes, lo que compartió con su amigo y, por casualidad, una nueva mujer entrará en su vida.


La estructura del libro adolece de algunas escenas mal estructuradas y destaca, sobre todo, el capítulo en el que describe un inverosímil primer encuentro y diálogo entre el protagonista y la joven. A Philippe Claudel le interesan las ideas que bullen en la cabeza de un hombre de mediana edad en crisis, cuando la muerte cercana nos obliga a pensar en nuestra propia existencia, lo que hemos logrado y lo que hemos perdido, es el argumento que quiere exponernos y es también lo que al lector de este libro le va a apasionar. Por eso, los pequeños defectos narrativos no nos importarán demasiado.


La descripción del rito de los toraya al inicio del libro no es casual, la información transmitida por el narrador se transforma en una bella parábola en la historia que nos contará más tarde: Florence, ex-mujer y amiga del protagonista, está casada pero mantiene un encuentro sexual con él (antes de salir a cenar) cada mes, como si fuera un rito pero es una necesidad; hace veinte años tuvieron una niña que nació muerta, una hija que ha seguido creciendo en el interior de esta mujer como los niños toraya en el interior de los árboles. Aquí la estructura es perfecta y la metáfora profundamente bella, triste, alegre, melancólica. La sensibilidad de Philippe Claudel nos noquea.


"Bajo el árbol de los toraya", cuyo protagonista y narrador es un alter-ego o personaje inspirado en el propio autor, me ha sorprendido por su estilo directo, un cambio narrativo radical en relación a las otras dos novelas que había leído de Philippe Claudel, "Almas grises" y "La nieta del señor Linh", en las que el estilo poético, de ritmo liviano y cadencias cortas conseguía una profunda emotividad en la lectura.

La narrativa más directa de este libro no está exenta de ironía, un recurso muy necesario para afrontar sin dramatismos los temas del cáncer, la enfermedad, la decrepitud del final de la vida y la muerte.

A pesar de ello, algunos momentos del libro son especialmente duros: la decrepitud del moribundo observada desde fuera (113), el deterioro asumido por el que lo sufre (115); la escena de la residencia (122) es una de las páginas más cínicas y patéticas que he leído en los últimos años.

El tema del deterioro de nuestro cuerpo por la enfermedad o la vejez es abordado a lo largo del libro desde diferentes perspectivas, ese cuerpo que cuando está sano no existe, nos acompaña en silencio, pero que al enfermar o envejecer tomamos conciencia de él, perdemos la seguridad en él.


Hay varias reflexiones sobre el recuerdo y el olvido del que ha muerto, la imposibilidad de atraparlo en su justa dimensión a través de las palabras o las fotografías, siempre distorsionadoras o insuficientes. La palabra escrita que pierde los matices del tono de su voz, los gestos de la cara y el cuerpo que formaban parte de su expresividad; la fotografía que capta una pose o un momento, casi siempre frontal, bidimensional, reduccionista. Ante una foto gigante de su amigo, el narrador dice "No es el Eugène que yo conocí. No es el Eugène de la vida. Es un ser intermedio que se le parece, pero con el que nunca me crucé."



No puedo evitar reproducir otras frases que ayudarán a tener una idea más precisa de lo que os ofrecerá este libro: "temo más la desaparición de quienes me rodean que la mía, lo que no es, como podría creerse, lo contrario del egoísmo, sino su forma más depurada" (16). "El acto de escribir es una inhumación que sepulta las cosas al tiempo que las descubre"(117).


Philippe Claudel es uno de los mejores escritores contemporáneos y esta novela está a la altura esperada.



Editorial: Salamandra

Páginas: 172

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