La dama de blanco
Si hablamos de Emily Dickinson no dediquemos casi todo el tiempo a detalles de su aristocrática y banal vida cotidiana, a los cotilleos de los vecinos y a las anécdotas insípidas de su familia. ¡Por favor! Algo más de brío para mostrarnos su inteligencia (dudo que la tuviera visto lo visto), su frustrada vida y la manipulación que sufrió como mujer poeta.
Emily nos introduce en su saloncito y nos da la receta de su maravillosa tarta de chocolate. Así empieza y así acaba (prometiendo la receta de otra tarta), porque la señorita Emily parece una mosquita muerta que languidece en su enorme casa solitaria y se viste de blanco para dar de qué hablar al vecindario. En sus ratos libres (toda su vida) se dedica a escribir poemas e intenta que se los publiquen, con paciencia infinita (debe ser que no da mucha importancia a ese entretenimiento de escribir, supongo, por lo que nos muestran).
La obra carece de nervio, no ofrece interés este vacuo personaje (a lo mejor Emily era así, qué se yo) y María Pastor defiende este monólogo de forma estupenda, aprender un papel tan insípido y aguantar hora y media en escena no debe ser nada fácil. De todas formas, cuando hace el rol de joven (o adulta) ñoña está insoportable ¡qué le vamos a hacer!
Me aburrí mucho, la obra no me aportaba nada y, desde luego, el primer impulso es no acercarme a la obra de esta señorita.
Recuerdo con cierto rubor la absurda escena de la declaración de amor tras un reencuentro de ¡20 años! como algo que desentona, al menos, con el plano nivel de la función.
No entiendo qué han visto Juan Pastor y María Pastor en esta obra de un tal William Luce para embarcarse en este proyecto. Y me da rabia, mucha rabia, porque he sido testigo de numerosas obras estupendas de este tándem, en Guindalera, de las que guardo en mi memoria con mucho cariño... y esto no, no.
Texto: William Luce
Dirección: Juan Pastor
Intérprete: María Pastor
Producción: Guindalera Teatro
Teatro: Quique San Francisco (Galileo) Del 20 de abril al 8 de mayo
Duración: 90 minutos
