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Los cardos del Baragán (1928) de Panait Istrati



Si el escritor rumano Panait Istrati (1884-1935) os resulta desconocido, también lo era para mí hasta ahora. Con este libro he subsanado este injusto olvido y os aseguro que este primer contacto me ha despertado el impulso compulsivo de leer todo Istrati.






El Baragán es un páramo inhóspito, solitario, en el que vive gente pobre, taciturna. La vida es muy dura. En septiembre las cigüeñas emigran y el viento sopla y se adueña de la planicie.

Istrati nos resume en un párrafo, al inicio, el contexto de la historia "Sueño, pensamiento, ascensión y vientre vacío, he aquí lo que da gravedad al hombre nacido en el Baragán, esa inmensidad que esconde el agua en lo más profundo de sus entrañas y a la que no llega nada, nada excepto los cardos."


Mataké es el joven protagonista que narra su historia. Sus padres se desplazan a un pueblo a orillas del río Borcea: aunque son pobres, allí la pesca es fácil y pueden comer. El niño se avergüenza de su inútil padre, relegado por su madre a las tareas de guisar, lavar la ropa (tareas de mujer)... y tocar su flauta; como mucho, sazona el pescado que traen la mujer y el hijo para poder malvenderlo. De forma inesperada, se produce un giro en sus vidas: compran una carreta y un caballo desvencijados para vender el pescado más allá, a través de la ruta del Baragán. Ese desastroso viaje llevará a otro, el que emprende Mataké y su compañero El Mellado persiguiendo los cardos que el viento empuja y buscando nuevos horizontes en su vida.


Al seguir las desventuras de Mataké vamos conociendo la vida de los campesinos rumanos, la extrema pobreza, la hambruna. A pesar de esta indigencia, la gente del pueblo se echa una mano, hay un relativo apoyo entre ellos. Son tiempos de feudalismo y de explotación del campesino. El dueño de las tierras, el rico boyardo, junto a todo el aparato institucional, el alcalde, los jueces, la policía, los guardianes... oprimen al pueblo quitándoles todo, dejando que se muera de hambre.

Frente a la actitud del padre de Mataké que acepta su destino, en estas tierras poco a poco se siembra la simiente del inconformismo hasta que estalla la revuelta sangrienta. En ese momento de la historia nos encontramos en 1907.


El estilo narrativo es sencillo, directo, pero cuida las frases, la cadencia de lo expresado, embellece la escritura. Un recurso habitual del autor es anticipar con una frase lo que va a ocurrir, como si fuera la sentencia del destino: nos anuncia algo funesto, una muerte, una desaparición... El estilo poético no oculta el directo que nos hace testigos de la injusticia social, de la dureza de las vidas que nos describe. Como luchador activo de izquierdas no podía escribir una novela sin trasfondo pero siempre evita la reivindicación directa: es suficiente (inteligente) que seamos testigos de las historias y vidas de los personajes que transitan por la novela hasta que estalla el levantamiento, condenado al fracaso. El narrador nos dice: "Así empezó el bombardeo de Tres Aldeas, demostrando a los campesinos que no a todo el mundo le está permitido comer hasta hartarse."

A lo largo del libro, Istrati nos muestra las causas de la situación de pobreza de estas gentes. Las condiciones duras del campesino en "una tierra que los maldecía con todo su odio" se deben a la explotación y el abandono de los que tienen el poder, el robo de las propiedades y la manipulación de los precios. Unos labradores que recolectan el maíz y que parecen más mendigos que trabajadores o unos pescadores que no pueden vender su pescado a un precio justo y deben tirar el que les sobra porque no pueden hacerlo llegar más lejos.


El escritor nos representa a algunos personajes de su novela en un tono amable, gente del pueblo que, a pesar de las duras condiciones en las que vive, tiene gestos solidarios hacia otros que necesitan ayuda: La Dudaco o Señorita, propietaria pobre de unas tierras, que acoge a tanta gente que, al final, forman todos ellos un grupo de harapientos de mísero sustento; el cura de un pueblo que lleva la cuenta de los días que quedan para Pascua por los granos de maíz que tiene en el bolsillo (cada día tira un grano); el ferroviario que acoge a los chicos con calidez, al recordar su propia juventud; y, sobre todos ellos, el tío Toma que presta a los vecinos su trilladora y acepta en su casa a Mataké, a pesar de las múltiples bocas por alimentar.

En contraste, el padre es un personaje poco favorecido, en un retrato neutro pero claro, en el que nos muestra a un hombre de pobre espíritu.


La novela está muy bien narrada aunque haya escenas que, desde mi punto de vista, precisaban un mejor desarrollo y el autor ha desperdiciado las posibilidades inherentes. Por ejemplo, la pobre descripción del primer viaje en tren de los chicos (ver mundo); o la abrupta escena de los gendarmes y el campesino. El protagonista narrador se aleja de reflexiones y sentimientos en numerosas ocasiones. La gran ventaja es el objetivismo en un testimonio limpio y libre de dramatismos; quizá por eso extraña el gran desacierto al referirse a una familia numerosa y pobre como familia de conejos.



Ser "cardo" es una expresión rumana que denomina a alguien del que uno no puede librarse; en este contexto, los boyardos (ricos latifundistas) y todos los que forman parte del poder.



"Los cardos del Baragán" es una gran novela que emociona y remueve. Acabas el libro con ganas de conocer más historias de Mataké y las gentes del Baragán.




Quálea Editorial

Páginas: 131

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